sello.
(Del lat. sigillum).
1. m.
Trozo pequeño de papel, con timbre oficial de figuras o signos
grabados, que se pega a ciertos documentos para darles valor y eficacia.
3. m.
Utensilio que sirve para estampar las armas, divisas, cifras y otras
imágenes en él grabadas, y se emplea para autorizar documentos, cerrar
pliegos y otros usos análogos.
8. m. Anillo que, en la parte ancha, lleva grabadas las iniciales de una persona, el escudo de su apellido, etc.
10. m. Disco de metal, cera o lacre que, estampado con un sello, se unía, pendiente de hilos, cintas o correas, a ciertos documentos de importancia.
Siempre me han molestado los ruidos
repetitivos como el de un reloj, el de una gotera. El gato corriendo
por el suelo de parqué no debería hacer ruido por la naturaleza de
sus patas y lo hace, lo hace y no lo entiendo y probablemente sea el
no entender lo que me saca de quicio y siempre hay tantos ruidos a mi
alrededor que nunca me siento realmente tranquila.
Nunca me siento tranquila porque siento que mi cabeza siempre va por delante de mi cuerpo y si mi cuerpo para, mi cabeza sigue corriendo por sitios que yo no conozco y me preocupa, me preocupa a dónde pueda llegar sin mí y si será un sitio que yo no nunca podré alcanzar.
Hay quien dice que nunca hablo claro, que me falta firmeza y resolución, pero considero que nunca lo hago intencionadamente, siempre digo lo que creo que tengo que decir y nunca digo lo que quiero decir realmente, lo que me deja en un limbo de indecisión para mis confusos interlocutores que no saben leer entre líneas, porque nunca saben (ni sabrán) y nunca se dan cuenta (ni se darán) de que siempre digo lo verdaderamente importante y creen que me burlo de la gente porque creen que yo sí sé lo que está sucediendo porque nunca llego a un acuerdo conmigo misma.
Nunca me siento tranquila porque siento que mi cabeza siempre va por delante de mi cuerpo y si mi cuerpo para, mi cabeza sigue corriendo por sitios que yo no conozco y me preocupa, me preocupa a dónde pueda llegar sin mí y si será un sitio que yo no nunca podré alcanzar.
Hay quien dice que nunca hablo claro, que me falta firmeza y resolución, pero considero que nunca lo hago intencionadamente, siempre digo lo que creo que tengo que decir y nunca digo lo que quiero decir realmente, lo que me deja en un limbo de indecisión para mis confusos interlocutores que no saben leer entre líneas, porque nunca saben (ni sabrán) y nunca se dan cuenta (ni se darán) de que siempre digo lo verdaderamente importante y creen que me burlo de la gente porque creen que yo sí sé lo que está sucediendo porque nunca llego a un acuerdo conmigo misma.
Siempre utilizo demasiado términos
como “siempre” y “nunca”, y quizás no soy consciente de lo
radical de sus significados, de lo graves que son y que los uso como
si no tuviese términos medios, como si nunca me hubiese parado a
pensar cuántas veces he hecho algo que dije que no haría nunca y
cuántas veces dejé de hacer algo que dije que haría siempre y que
siempre digo que voy a hacer cosas que nunca hago.
Creía que siempre iba a ser así y que nunca iba a cambiar. Porque yo soy el término medio.
Creía que siempre iba a ser así y que nunca iba a cambiar. Porque yo soy el término medio.
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