jamás.
(Del lat. iam magis, ya más).
Un
pez naranja y negro que se llama Tigre. Era un pez que dibujaba
gatos. Era un pez que tenía frío siempre, pero al mismo tiempo,
ardía.
Ser
un pez no es demasiado divertido, pero tiene sus ventajas. Tienes
caramelos con tu nombre, y eso no lo tienen los gatos, porque los
gatos solo tienen comida de gatos.
A
Tigre le hubiese gustado no tener frío, pero no hay abrigos para
peces, porque no podrían nadar bien y se hundirían. Es bastante
absurdo, pero es verdad. Además, se les romperían las aletas al
ponérselo y quitárselo, aunque a Tigre estas dos objeciones le
daban igual. Sus aletas estaban perfectamente, pero era un pez que
solía nadar por el fondo.
Tigre
no tenía codos, no recordaba su nombre a veces y desconocía lo que
son los calcetines (entre otras cosas). No le importa demasiado,
porque tenía rodillas, recordaba los números hasta diez y sabía lo
que es un panegírico (entre otras cosas).
Pero no es lo que suelen pedir.
Dicen
que los peces no pueden llorar. Quien lo dice no puede saberlo a
ciencia cierta, porque a lo mejor sí que lloran, pero no se nota al
estar en el agua, aunque lo más probable es que no, porque los peces
no tienen lagrimales.
Tigre
llegó, y se murió a los dos días exactos. Posiblemente antes de
eso tenía una vida mejor, ya que, para empezar, no estaba solo. Pero
lo más posible es que ni siquiera llegase a acordarse jamás.