cristal.
(Del lat. crystallus, y este del gr. κρύσταλλος).
3. m. Pieza de vidrio u otra sustancia semejante que cubre un hueco en una ventana, en una vitrina, etc.
No podría decir cuándo empezó, pero
probablemente acertaría si dijese que fue el primer día. No podría
decir cuántas veces fueron, pero guardaba cientos de papeles que
confirmaban cada uno de los días. No dormía, pero me levantaba como
si tuviese una bola de fuego en mi interior. No sé cuándo me
acostumbré y perdí el nerviosismo, a fuerza de costumbre, supongo.
Ésto último me parecía algo
maravilloso, ya que me daba fuerza para todo. De aquello, solo
recuerdo la impaciencia, la música, la luz azul que me obligaba a
calmarme y a agitar los pies que me colgaban en el asiento,
intentando distraerme para llegar antes. Nunca me acostumbré a abrir
tu puerta. Siempre fue tu puerta y me gustaba verte al otro lado. Y
me gustaba que saliésemos a la vez del mismo lado.
Sólidos, fuertes, implacables,
inalcanzables sobre el pedestal que era el mundo.
Llegaba la hora, atravesábamos el
umbral con la nostalgia absurda de un hasta mañana, con el silencio
innecesario de un drama de ocho o nueve horas llevadas con una
tragedia poética que nos encantaba. Nunca fallaste. Los últimos
mimos, los últimos besos.
A través del cristal no hacían falta
palabras.